A pocas horas de finalizar esta columna, me encontraba obsesionado con un dato intrascendente que no lograba hallar en internet. Los escritores somos así: algunos evitan pisar las líneas entre las baldosas, otros organizan los billetes con meticulosidad, y yo me empeño en utilizar la palabra precisa, la cita textual o el dato exacto, sin detenerme hasta encontrarlo.
Al igual que no existe inteligencia artificial capaz de reemplazar el amor, la empatía o la toma de decisiones morales, las respuestas a los problemas fundamentales del ser humano siguen estando en manos de seres humanos. Por eso, cuando mi memoria política flaquea, no dudo en visitar a don Fuentes.
“Lo recuerdo, la cara taciturna y aindiada y singularmente remota, detrás del cigarrillo.”
Cuenta la leyenda que en lo profundo de “Bella Italia”, donde persisten calles de tierra y salamandras a leña, reside don Fuentes. Un anciano de entre 85 y 130 años, según cuentan, tildado de “profeta” y “adivinador”. La ausencia de un cartel en su calle y la falta de número en su casa convierten su barrio en un laberinto solo accesible a pie.
Es irónico que, teniendo la Biblioteca de Alejandría al alcance de un clic, aún no se haya desarrollado un algoritmo que busque lo que ni siquiera sabemos que existe. Puedo acceder a la obra completa de Borges porque previamente sé que existió un escritor argentino que escribía poemas y cuentos fantásticos que se llamaba Borges (con be larga). Igor, un amigo alemán nacido en Dinkelsbühl, jamás podrá conocer a Borges simplemente porque ignora su existencia.
“Dos veces lo vi atrás de la reja, que burdamente recalcaba su condición de eterno prisionero.”
La facilidad de búsqueda actual y la recuperación instantánea de información podrían estar afectando negativamente nuestra capacidad de retención y reflexión. Vivimos en una suerte de amnesia colectiva, donde la gente parece olvidar no solo fechas precisas, sino lo ocurrido ayer.
La política no escapa a este fenómeno, y es por eso que, cuando me veo atrapado al escribir, recurro al viejo “Fuentes, el rencoroso” de Bella Italia.
Don Fuentes nació con un talento que se convirtió en su calvario. Se rumorea que fue concejal suplente o la mano derecha de algún intendente. Nadie lo recuerda con certeza, salvo él, porque la niebla del olvido nos envuelve a todos tarde o temprano. Lo que sí es seguro es que la “memoria política” le ha causado más amarguras que beneficios.
“Sin el menor cambio de voz, me dijo que pasara. Estaba en el catre, fumando.”
En política, el pasado es un verdugo, y es allí donde don Fuentes se desenvuelve como pez en el agua, especialmente cuando alguien critica las ideas que antes apoyó en su juventud, otro salta de partido en partido o aparece un presunto “outsider” que resulta ser el familiar de algún antiguo político.
Su living completamente empapelado con diarios de todas las épocas y en un modular intactas las boletas de todos los comicios posibles hacían de su casa una autentica Wikipedia de la politiquería nacional.
Preocupado, le comenté a don Fuentes sobre la situación actual del país y casi sin sacarse el cigarrillo de la boca, susurró:
“Nunca anduvieron bien las cosas. Nomás que la gente se olvida pronto. De lo contrario no seguirían votando a los mismos partidos y los mismos ñatos que los llevaron a la ruina solamente porque ahora se envuelven en la bandera”
Hay una cuestión estadística en la conclusión de Fuentes que parece trágicamente irrebatible. Si en más de doscientos años de historia con todos los idas y vueltas que hemos tenido desde la izquierda a la derecha, pasando por unitarios y federales, conservadores y progresistas, demócratas y totalitarios estamos como estamos, quizá tenga algo de razón.
Parece que esta vez es diferente, don Fuentes. Los precios están subiendo descontroladamente, y la gente llena la plaza en protesta.
“¿Qué pasó, no me digas que volvió Alfonsín? Para los que vivimos con un 200% de inflación mensual y el barco a la deriva ya no nos sorprende cualquier cosa. Además, Perón, Galtieri y hasta el ingeniero Blumberg llenaron la plaza. No le dé tanta importancia”
imagínese la gravedad que los radicales y los peronistas están haciendo un pacto. No puede ser que un gobierno entre y de pronto quiera cambiar todas las reglas del juego y pasar por sobre la Constitución.
“¿Pacto? ¿Usted dice como el de Perón con Frondizi? O el “Pacto de Olivos” de Alfonsín y Menem que fue el borrador con que luego cambiaron justamente la Constitución. Vamos, no me haga perder el tiempo.
Se ve que usted no sale mucho a la calle, aquí en Tandil, los artistas también protestan porque dicen que la cultura está en peligro.
“Le quebraron la mano a Atahualpa Yupanqui, encarcelaron a Osvaldo Pugliese, y la cultura siguió su curso como el río bravo. ¿Se imagina a Borges caceroleando porque lo rajaron de la biblioteca y lo nombraron inspector de aves de corral? La historia se repite, la primera vez como una tragedia y la segunda como una farsa; ahora nos tocó la pantomima. Queda en usted si forma o no parte de esta puesta en escena del proletariado lumpen.”
Mientras la brasa del cigarro se extinguía y la noche caía sobre “Bella Italia”, me despedí prometiéndole volver con novedades. Con un gesto de desprecio y una sonrisa socarrona agitó su mano señalándome la salida, sin derramar una sola gota de vino de su tacita de lata.
“Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras.”
El olvido involuntario y el olvido selectivo representan dos caras diferentes de la misma moneda. La tergiversación de la historia también ha hecho los deberes a la hora de barnizar los hechos y generar un relato que se empieza a descascarar, dejando al descubierto la cara más decadente de un olvido que se resiste a serlo.
Hay un olvido liberador y constructivo que nos permite avanzar. No podemos caer en el infantilismo político de seguir persiguiendo las estatuas viejas y derruidas de Colón pensando que así repararemos la historia. El olvido selectivo es limitante, cínico y artero, ya que obstaculiza nuestra capacidad de aprender. En ese equilibrio se vislumbra la madurez política de una sociedad.
Hasta entonces, seguiré recurriendo a don “Fuentes, el rencoroso” que entre tanto militante de la post-verdad todavía sigue siendo un soldado de los “hechos”.
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