* Por Nicolás Arizcuren
¡Paren la moto!
En estos días, la calma que caracterizaba nuestra querida y apacible ciudad fue interrumpida por un conflicto que lleva ya varios años y la política aún no ha podido resolver que es el tema de los grupos de “motoqueros” que van tomando ciertos sectores de la ciudad y alterando el orden público.
La situación llegó al máximo de violencia cuando uno de ellos, completamente fuera de control arrojó una piedra de unos cinco kilos contra uno de los vehículos de los inspectores haciendo estallar en mil pedazos el cristal de la ventana. Esto claramente no pasó desapercibido y la noticia tomó los medios nacionales dejando en evidencia para todo el país las grietas del “Tandil Soñado” que muchos todavía se empeñan en esconder.
¿Por qué no lo solucionan?
No parece tampoco el caso de un grupo fundamentalista islámico, son nada más que jóvenes en moto haciendo piruetas. La cuestión es que no se pueden tomar medidas sobre un fenómeno que no se comprende de lo contrario, como ha sucedido, todas caerán en saco roto.
El primer error que se cometió fue reducir el fenómeno a una cuestión de “ruidos molestos” y pensar la ordenanza en función del efecto y no de las causas. El ruido, que si bien doy fe que es insoportable y podría despertar la ira del mismísimo “Buda”, es solamente la punta del iceberg.
Durante todo este tiempo, equivocaron el enfoque de una problemática y dejaron en evidencia que no se puede promulgar ordenanzas desde el escritorio sin un estudio de impacto. Alguien debería haber pensado que para medir si el sonido de los escapes supera el máximo permitido primero hay que detener al conductor y esto, quizá en Noruega se realiza de manera amable donde inspector y el ciudadano se estrechan la mano y proceden a la medición, pero esto es Argentina.
Es por demás obvio que estos procedimientos incentivan indirectamente la persecución ya que quien se sabe en infracción y sus severas consecuencias, va a hacer todo lo posible por huir. Esto ha llevado a hechos donde se pone en riesgo la vida del inspector que con su cuerpo intenta detener las motos, además de varios casos donde los inspectores “derriban” ilegalmente a los conductores ocasionándoles lesiones de gravedad.
“El ruido tiene criterios estéticos”
Parafraseando a Nietzsche, podemos decir que el enfoque del fenómeno desde el ruido no sólo que es equivocado, sino que es inconsistente, ya que si el caso fuese verdaderamente prevenir la contaminación sonora entonces cuidado, no vaya a ser cosa que le pongamos el aparatito de los decibeles a otros eventos y nos quedemos sin partidos de futbol, sin recitales y sin festivales gastronómicos también, ya que si vamos al caso lo que para uno es música para otro puede ser ruido.
Además, si utópicamente lográramos que todos acaten la ordenanza y se reduzca el ruido a cero, igual tendríamos 150 motos circulando y realizando acciones temerarias por toda la ciudad, entonces quiere decir que el ruido no es el problema central.
Guste o no, este fenómeno se trata de una manifestación cultural que ni usted ni yo, ni los dirigentes han logrado comprender. El stunt es una disciplina que busca realizar distintas piruetas y acrobacias de alto riesgo en motocicleta. Se basa en dominar la moto con destreza técnica y realizando acrobacias con ella.
Comprendo que muchos cegados por la bronca de convivir con esta situación insoportable no puedan “parar la moto”, lo que no debería pasar es que nuestros representantes no comprendan en profundidad la naturaleza cultural de este fenómeno que como en cualquier otro (sin ir más lejos el fútbol) se pueden dar episodios susceptibles de ser penalizados, pero hay que saber separar la paja del trigo.
“Al corte”
La iniciativa “Muros Libres” fue lanzada en Bogotá para transformar espacios públicos que eran objeto de vandalismo en lugares artísticos y culturales. Las autoridades se cansaron de perseguir a los “graffiteros” quienes encontraban justamente en esta persecución un combustible de adrenalina y un estímulo aún más fuerte para seguir dañando la propiedad privada.
Cuando se comprendió la naturaleza “cultural” del fenómeno los graffiteros fueron invitados a crear murales y obras de arte en espacios designados. Esto no solo redujo el vandalismo, sino que también promovió la participación comunitaria y la expresión artística. En Los Ángeles (Estados Unidos) se llevó a cabo “Graffiti Hurts”, un programa con similares resultados.
“Bajemos un cambio”
Está claro que hasta ahora fracasó tanto el diagnóstico como las medidas tomadas. Vecinos enardecidos, inspectores heridos y agotados de recursos para actuar y un fenómeno que no para de crecer en tamaño y escalando en violencia. El abordaje punitivo que comenzó con atacar el “ruido” podría continuar profundizándose hasta el punto de prohibir las motos y aun así, posiblemente fracasaría.
Puedo citar cientos de ejemplos de cómo la prohibición de los fenómenos culturales no solo que no los desalienta sino que termina por hacerlos crecer a caballo de la rebeldía y la resistencia a la autoridad. Es por eso que un punto de equilibrio que garantice la coexistencia de todos los derechos sería la de destinar un lugar específico para este tipo de eventos como sucede en Olavarría, por ejemplo.
“ATR”
Esto no hace más que dejar en evidencia la distancia insondable entre representantes y representados, sino no se explica como esto no fue parte de las propuestas de campaña de aquellos que se jactan justamente de ser “la voz del pueblo”. No es muy descabellado pensar que seguramente hubiesen sacado más votos si en vez del reparto de electrodomésticos o propuestas como el cementerio de mascotas, llevaran adelante iniciativas como estas.
En un momento en el que el desencanto y la anti-política crece, la recuperación de la confianza solo puede surgir de una proximidad genuina entre quienes lideran y aquellos a quienes representan. Es hora de cerrar la verdadera grieta que atraviesa transversal toda la sociedad y hacer que la política sea más que un discurso, entender que el trabajo legislativo es algo serio y que tiene consecuencias directas en la vida de los vecinos. Dicho de otra manera:
“Es una moto que no es para cualquiera”
- Nicolás Arizcuren es: guionista y escritor. Asesor creativo y creador de contenidos para empresas y diplomado en Comunicación Política ACEP-KAS, con enfoque en campañas electorales.
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