Érase una vez en Tandil

Érase una vez en Tandil

* Por Nicolás Arizcuren

Érase una vez en Tandil: “Once Upon a time in the West”

Es un clásico del cine western protagonizado por los míticos Charles Bronson, Henry Fonda y Claudia Cardinale. Película icónica que, mucho más cerca en el tiempo, fue homenajeada por Tarantino en “Érase una vez en Hollywood”, una pieza de culto plagada de referencias al cine del siglo pasado.

Lo más atractivo de este género es que retrata la cotidianeidad de Norteamérica en el 1800, y además del punto de entretenimiento que representa una película, adquiere también un valor histórico ya que deja en evidencia en este caso la naturalidad con la que se vivía, por ejemplo, la violencia y con la que se normalizaban las injusticias.

Es difícil, desde la concepción actual, imaginarse cómo podrían sobrevivir en un ambiente tan hostil, violento y con tantas carencias. Cuesta pensarse sobreviviendo aunque sea solo un día en esa realidad del “far west”; no muy diferente, por cierto, a nuestro Tandil del 1800. Sin ir más lejos, la verdadera historia del Tata Dios es nuestro western por excelencia.

200 años no es nada

Calles de tierra, casas sumamente precarias sin luz, gas, cloacas ni agua potable. Caballos, vacas, corderos y otros animales sueltos completan el decorado. Las calles tomadas por una minoría de vándalos que, a caballo de la impunidad y la coerción, someten a la mayoría pacífica ante la mirada atónita y casi indiferente de las fuerzas de la ley.

Ley blanda, impotente y cobarde. Ley política. Especulativa y mezquina. Los vecinos encerrados, cuidando las últimas migajas de libertad, tras las hendijas de las rejas que los distancian del festival de libertinaje de los que se avivaron, rompieron el contrato social y gozan de las mieles anárquicas del desgobierno.

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Los más malos de la película son siempre los mismos. Tienen nombre, apellido y apodo. Entran y salen. “El sheriff” los conoce, pero no come vidrio; se excusa rápido y desenfunda lento. La tierra es de quien la toma. Mucha, para pocos y poca para muchos. En la plaza colgaron a uno que robó una gallina. Se hizo justicia, titularon los diarios.

Tandil City: Ciudad sin ley

El 101 no funciona (correctamente) desde hace meses. Si te atienden, no tienen móviles y si acaso los tienen, llegan después que culminaron los hechos. No hay personal en las calles y no se ven patrullas porque no hay combustible. Las cámaras tampoco funcionan, ya sea por falta de mantenimiento o simplemente porque no cumplen su función preventiva del delito.

Los pocos que se animan a hacer la denuncia tienen que tener la suerte de que justo no se haya caído el sistema. Y en el caso de que encuentren a los delincuentes, la justicia los larga al otro día. Por lo que la estrategia parece ser concentrar todos los recursos ya no en combatir el delito, sino en que se note lo menos posible la impotencia ante la realidad.

El bueno, el malo y el feo

En Tandil City, poco a poco vamos completando el elenco necesario para el western perfecto. A un contexto cada vez más alarmante de desigualdad social se le suma un poder político cada vez más erosionado y fragmentado, caldo de cultivo perfecto para la anarquía. En este contexto emerge el caos y toda una serie de personajes que se benefician de esta situación.

El cantinero del “saloon” que obtiene ganancias del alcohol, el juego y la prostitución. El ranchero que siempre está dispuesto ante el caos a comprar tierras por menos precio. El sheriff que sabe que no puede hacer nada, pero aun así intenta conservar su pequeña cuota de poder, y el carpintero que, si bien no le desea la muerte a nadie, cuanto más ataúdes le encarguen, mejor.

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El justiciero

Parece increíble tener que recordarlo, pero la justicia no es el mantra del desahogo que el vecino debe gritarle a los medios inmediatamente después de ser violentado. Dicho en criollo, la justicia no es lo que viene después de la injusticia; la justicia justamente dejó de existir cuando el vecino de bien se convirtió en víctima.

La justicia no se negocia así como la política negocia las obras públicas, los puestos o las alianzas electorales. La justicia no se debate así como la política debate el nombre de una calle o el festival del chorizo seco. La justicia es la imposición por la fuerza de la ley y la moral.

Como decía Rousseau, el contrato social es un acuerdo tácito entre los individuos que forman una sociedad, en el que renuncian a su libertad natural a cambio de la protección y la seguridad que ofrece el Estado. Cuando este contrato se rompe, se vuelve a un estado de naturaleza, en el que la fuerza y la violencia son las únicas leyes que rigen.

Cuidado, porque al casting de “Tandil City: ciudad sin ley”, solo le falta un personaje: “El justiciero”.

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