* Por Nicolás Arizcuren
“La cultura del apriete (y el apriete de la cultura)”
Desde que publiqué la nota “La cultura está en peligro” el 26 de enero, de vez en cuando recibo mensajes o comentarios de desaprobación a través de las redes sociales. Algunos expresan genuinos reclamos sobre la necesidad de evitar generalizaciones, otros buscan aportar una visión diferente al debate, y unos pocos recurren a insultos básicos propios del nivel intelectual de quien los emite. Es sorprendente encontrar tal ignorancia, especialmente entre aquellos que se consideran “gente de la cultura”.
Hace unos días, recibí un mensaje en el que, además del insulto habitual, se incluía una invitación formal para intercambiar golpes de puño. Acepté la invitación rápida y respetuosamente, no por valentía, sino porque consideré estratégico conocer el lugar y la hora de antemano cuando se espera recibir una paliza, en lugar de declinar la invitación y ser sorprendido por la paliza igual.
“Tenemos que cambiar la cultura política del apriete y la presión.” – Néstor Kirchner
Aunque aún no he recibido respuesta, me preocupa la intolerancia y la violencia reaccionaria de ciertos grupos que no solo han dominado el pensamiento cultural de los últimos 20 años, sino que también han monopolizado los beneficios del Estado. Han marginado a todos aquellos que teníamos una visión diferente, limitando así nuestro acceso a los espacios públicos, concursos e incentivos económicos relacionados con una cultura de la que parecen tener el monopolio exclusivo. La evidencia es clara: las expresiones culturales han seguido obedientemente la misma ideología, y los beneficiarios siempre han sido los mismos.
Sería fácil caer en la tentación de enfrentarse personalmente al energúmeno y tomar represalias de forma personal, pero eso no solucionaría el problema. Esta es una matriz endémica arraigada en la psicología básica del ser humano, que se basa en el miedo y el rechazo al conflicto. La política, en esencia, es un sustituto racional de la guerra. No hace muchos siglos, los conflictos se resolvían mediante la violencia, desde grandes batallas hasta pequeños duelos públicos. Como dato curioso, el último duelo público del que se tiene conocimiento ocurrió en 1968, entre el almirante Benigno Varela y el periodista y dirigente radical Yoliván Biglieri, quienes se enfrentaron con sables después de un altercado verbal. Pelearon tres asaltos a pesar de las múltiples heridas que sufrieron, y solo se detuvieron por orden del juez.
“-Me voy a reconciliar el día que Biglieri publique una retractación de las ofensas a las que fui sometido – dijo Varela a través de sus padrinos.
-No habrá tal retractación, ni reconciliación – contestó Biglieri, también por intermedio de sus representantes”
Sin embargo, esta no es la “norma”. Konrad Lorenz, uno de los fundadores de la etología moderna, realizó extensos estudios sobre el comportamiento agresivo en animales, explorando temas como el instinto de lucha y la territorialidad. En su libro “Sobre la agresión: el pretendido mal”, profundiza esta cuestión del “grito intimidatorio” en orangutanes machos como herramienta de amedrentamiento, para establecer dominancia y ganar territorio.
La contraparte del “apriete” es la inacción de la víctima, que desbordada por el terror infundado se paraliza. Nadie naturalmente elige entrar en conflicto, biológicamente estamos más preparados para correr que para pelear. Por esa razón muchas veces vemos cómo un puñado de inadaptados cortan una calle obstaculizando el paso de cientos o de miles de otros que, si reaccionaran, los sacarían a patadas rápidamente. Lo mismo sucede en escuelas o universidades cuando son tomadas por un grupo minoritario de estudiantes ante la pasividad impotente de una gran mayoría de otros alumnos y adultos.
Trenes, subtes, colectivos y aviones. Desde hospitales y edificios públicos hasta empresas privadas son también víctimas de esta metodología siempre en contra de cualquier legislación; simplemente es un mecanismo coercitivo permitido bajo el paraguas del derecho a “manifestarse”.
“Es mejor ser temido que amado, si no se puede ser ambos.” Nicolás Maquiavelo
La cultura del apriete forma parte del ADN kirchnerista y bien que les ha traído buenos resultados, ya que es una carta que muchas veces no hace falta ni jugarla, al igual que el caso de los orangutanes que con solo gritar se adjudican la victoria. Desde Moreno ingresando con guantes de box a una reunión, pasando por Néstor cuando gritaba y golpeaba al secretario por su condición sexual, hasta D’Elía azotando gente en la plaza, son algunos de los exponentes más visibles de una práctica que se sistematizó y replicó entre la militancia.
A la cultura del apriete también le corresponde el “apriete de la cultura”, por ejemplo, que sufrió Francella, uno de los actores más queridos por el público desde hace más de 30 años. En esta oportunidad “pisó el palito” y cometió el gravísimo error de no estar al tanto del guion que la asociación de actores le tenía preparado y se largó a opinar libremente sobre el gobierno de Milei.
“Le pido a Dios que lo ilumine, que sea lo mejor para nuestro país, que esté con la tranquilidad de tomar las mejores decisiones” G. Francella
Todo el aparato de propaganda K automáticamente intentó posicionar al actor del lado de los malos que “tienen el privilegio” de trabajar en series exitosas de producción internacional y cobrar por ello y no de los “INCAA paces” de hacer películas que convoquen genuinamente al público, despierten interés real y corte de entradas.
No hace falta ser Jorge Luis Borges para darse cuenta en este caso dónde habita verdaderamente la cultura, si en un actor con una trayectoria intachable en cine, teatro y televisión como Francella o en el ghetto de burócratas pseudo intelectuales que, a través de simposios, coloquios y otras sofisticaciones académicas, eyaculan su narrativa profiláctica, tomando una distancia aséptica con el pueblo que justamente se jactan de representar.
“Los tiempos difíciles forjan hombres fuertes, los hombres fuertes crean buenos tiempos, los buenos tiempos crean hombres débiles, los hombres débiles crean tiempos difíciles.”
Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe, cita el dicho, tanto amenazaron con paros generales, cortes, piquetes, toma de edificios, sentadas, abrazos, tanto bastardearon el legítimo recurso a manifestarse que ahora ya perdió el peso simbólico y no parece tener ningún efecto. La sociedad reacciona, legitima al gobierno a pesar del ajuste brutal y le da la espalda a cualquier tipo de apriete.
La cultura del apriete lentamente va perdiendo eficacia al tiempo que la sociedad va perdiendo el miedo. Por lo tanto, si verdaderamente valoramos la libertad, no alcanza con poner un voto cada cuatro años y tampoco depende de un gobierno o un dirigente político, sino de que cada uno de nosotros y cada cual en su ámbito empiece a enfrentar de una vez por todas a los apretadores.
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