Hipermetropía política: cuando el bosque no nos deja ver el árbol

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Hipermetropía política: cuando el bosque no nos deja ver el árbol.
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* Por Nicolás Arizcuren

Hipermetropía política: cuando el bosque no nos deja ver el árbol

La hipermetropía es un trastorno común de la vista que provoca que puedas ver claramente objetos distantes. Sin embargo, los objetos cercanos pueden resultar borrosos.

La hipermetropía política responde entonces a una tendencia actual, no importa de qué lado de la grieta se mire, de enfocar la atención y la crítica en problemas políticos, injusticias o abusos de poder en contextos distantes, ya sean geográficos, culturales o ideológicos, mientras se pasan por alto o se minimizan los problemas similares en el propio entorno.

En psicología social se lo denomina como “sesgo cognitivo”, y lleva a las personas a ser más críticas y conscientes de los problemas políticos en otros países, gobiernos o sistemas, mientras que son menos críticas y más tolerantes con los problemas similares en su propio país, región o comunidad.

Recientemente salió a la luz la denuncia de la ex primera dama, Fabiola Yañez, contra Alberto Fernández por violencia de género y asombró el estrepitoso silencio de todos aquellos colectivos e instituciones que durante tantos años se erigieron como policías morales de las redes y los medios, llegando incluso a aplicar métodos de cancelación que le han costado la carrera y hasta la vida, llegando incluso al suicidio, a más de uno que luego fue comprobadamente inocente.

Detrás de esto hay dos factores que son elementales de analizar, primero la cuestión del poder que encierra hacerse del monopolio de la moral para señalar y perseguir al que piensa diferente. El filósofo francés Michel Foucault analiza cómo el poder se ejerce a través del control del discurso.

“El poder no se ejerce solo mediante la represión, sino también mediante la creación de un campo de discurso que define lo que es aceptable decir y lo que no”.

A esto, en política se lo denomina “narrativa” o “relato”, y quien lo impone, domina, y quien domina es quien ejerce el poder de señalar quien es y quien no es “machirulo” o donde hay y donde no hay “dictaduras”. Lo vimos también con el caso Venezuela, donde muchos periodistas y políticos se convirtieron en auténticos malabaristas semánticos para, por un lado, condenar, pero por otro no hacerle el juego a la oposición y dejarle la contradicción servida.

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Y por otro lado, es importante destacar que la relación entre los gobiernos y el silencio es una danza peligrosa, donde la manipulación y el control se entrelazan con la psicología de las masas. Como afirma el psicólogo social, Gustave Le Bon, “las masas son susceptibles a la sugestión y la manipulación, ya que buscan una sensación de pertenencia y seguridad”. Los gobiernos claramente aprovechan esta vulnerabilidad para crear una narrativa que justifica su poder y control, muchas veces con la connivencia de algunos medios de comunicación.

El problema es que políticos septuagenarios como Cristina Kirchner encuentran en la autonomía de la libertad de expresión que dan un celular y el uso de las redes, un verdadero enemigo de la construcción de esos relatos, y se les hace cada vez más difícil esconder el elefante en el bazar sin que se lleven puestas las estanterías viejas y oxidadas de los relatos contra el imperialismo, el capitalismo o el patriarcado, en una sociedad donde el 85% de los hogares argentinos tiene conexión a internet (Cabase) y la información es imposible de controlar.

En resumen, todos somos víctimas y victimarios en esta película porque es en definitiva la convivencia democrática la que sale perjudicada cuando se incurre en estos sesgos cognitivos o dicho más en criollo en aplicar la “doble vara” para juzgar de una manera lo que sucede afuera y de otra lo que tenemos en frente y no podemos o no queremos ver, para no hacernos cargo de que tendríamos que accionar también al respecto.

Cualquier gobierno que se atornille al poder por más de un cuarto de siglo, concentre la toma de decisiones, aplique disciplina a los que piensan distinto, favorezca a familiares, amigos y obedientes, debería ser puesto siempre bajo la lupa, en pos justamente de la salud democrática de una ciudadanía.

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