La sociedad de la nieve

La sociedad de la nieve

* Por Nicolás Arizcuren

La sociedad de la nieve

Para la gran mayoría de los argentinos que hace años que no podemos irnos de vacaciones, la primera quincena del 2024 se nos fue entre dos ficciones basadas en hechos reales: la exquisita película de Netflix que lleva el nombre del libro escrito por Pablo Vierci, “La sociedad de la nieve”, y la pantomima de debate de los diputados sobre el paquete de leyes enviadas por el gobierno de Milei. Ambas ‘ficciones’ capturaron la atención y, por qué no decirlo, la tensión, paseándonos por diferentes estados y manteniéndonos entretenidos en estos primeros días del 2024.

Empecé viendo “La sociedad de la nieve”, una película apasionante que narra la impactante historia del accidente aéreo ocurrido en la cordillera de los Andes en 1972. En este incidente, un avión que transportaba a un joven equipo de rugby uruguayo se estrelló sobre la cordillera, relatando cruda y detalladamente los pormenores de la supervivencia y el posterior rescate de una parte de ese grupo.

“Hay apetito social por consumir historias que de alguna u otra manera reflejan nuestro estado y nos permiten ver como espejo ficcional, a través de esa historia, la nuestra propia.”

La película está tan bien lograda por su director, el español J.A Bayona, que por momentos uno llega a sentir el frío, el hambre y la desesperación que transmiten no solo las actuaciones, sino también el trabajo de planos y fotografía. Sensaciones que solo un ministro de economía nos puede hacer sentir con tanto realismo.

La cuestión es que no es casual que esta ficción haya acaparado las pantallas. Indudablemente, esto deja en evidencia un apetito social por consumir historias que de alguna u otra manera reflejan nuestro estado y nos permiten ver como espejo ficcional, a través de esa historia, la nuestra propia.

Tenemos la sensación de que, aunque veníamos con mucha turbulencia, al menos el avión seguía en el aire. No hicimos caso a los reiterados avisos de mal clima, desoímos la advertencia de que veníamos cargando más equipaje del que el avión podía cargar, todos se rieron cuando la azafata hacía su rutina típica del protocolo en caso de accidentes; en cambio, un grupito saltaba y cantaba como si nada estuviese sucediendo.

“El motor productivo lo dejamos 20 años atrás en el primer impacto”.

Finalmente, esos mismos cantos fueron los que no nos permitieron escuchar las alarmas y cuando quisimos acordar, apenas si sentimos el golpe y nos despertamos en medio de una tragedia tan grande que todavía no llegamos a dimensionar.

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Para que se den una idea, Argentina es el avión (lo que queda de él) en la película en cuestión. No falta algún trasnochado que diga que todavía se puede arreglar o que si por ahí lo empujamos cuesta abajo arranca. Es incuestionable que, como avión, no funciona más; el único uso que nos proporciona ahora es el de tener un lugar, una pertenencia donde cobijarnos durante la tormenta, nada más.

El motor productivo lo dejamos 20 años atrás en el primer impacto, las alas exportadoras que nos permitían la sustentación no dan más de parches, contrapesos y regulaciones. La cola, que es la que nos marca el rumbo, gira 360 grados de tantos cambios políticos, y como si fuera poco, el fuselaje está tan arruinado que ya no nos puede cobijar a todos.

¿Ya imaginamos qué va a pasar con los que duerman afuera, no?

Volviendo a la discusión por el DNU y la Ley “bases y puntos de partida para la libertad de los argentinos” (gran error de comunicación no encontrar una palabra corta y recordable y entregar así en bandeja el “significante” para que la oposición la rebautice “ómnibus”, imprimiéndole automáticamente una carga negativa).

La realidad cambió por completo, el piloto en nuestra versión argenta se eyectó a Madrid y está cenando con la tuya a razón de 600 euros el cubierto. Ahora hay que redefinir todo el sistema de mando y también de leyes, al igual que el de prioridades; aviso porque nunca falta el que en el medio de la tragedia, entre el fuego y los cadáveres grita:

“Somos actores y queremos actuar”

Mientras en la “sociedad de la nieve” se muestra un equipo que trabaja permanentemente y en conjunto para sobrevivir día a día, dividiéndose las tareas, atendiendo a los heridos, dando prioridad a las urgencias y racionando los recursos, en la “sociedad de los leves”, la versión nuestra de las comisiones de diputados, vemos viejos gritando para salir en televisión tratando de impresionar con discursos sensibleros o pseudo revolucionarios de centro de estudiantes a un electorado que ya perdieron.

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Es el síndrome del miembro fantasma, algo que suele ocurrir muchas veces en este tipo de tragedias y consiste en la sensación de existencia de una extremidad, posterior a que ha sido amputada; las cuales pueden desarrollar dolor de miembro fantasma, o sea, en el miembro que ya no está. De igual manera, le sucede al peronismo de izquierda, que es justamente un oxímoron, como decir helado caliente. Al peronismo le duele retóricamente la izquierda que ya no tiene o los trabajadores que ya no representa.

“Papá estado no vendrá a salvarnos esta vez”

La antropofagia política en el caso de la versión argenta, es algo que no nos sorprende para nada ya que antes de que empiece a caer el avión, ya se venían comiendo entre todos. Por eso tampoco nos extraña que en un momento donde hay que tomar decisiones de vida o muerte para los argentinos, el conflicto sea porque quien monopoliza el micrófono para escupir un montón de sandeces cuando en realidad deberían haber primero leído y luego elaborar una simple pregunta acerca del DNU o la ley para intentar mejorarla o bien descartarla.

Todos los helicópteros de rescate pasaron de largo. Papá estado no vendrá a salvarnos esta vez. En la cajita de las provisiones va quedando poco y nada. Ya pasamos la etapa de enojarnos con el piloto, con la montaña y con Dios. Estamos solos en esto.

“Estamos juntos y dependemos de nosotros”

Será cuestión de, al igual que Canessa y Parrado, tomar esa decisión irracional de abandonar el fuselaje viejo y roto del estado protector, donde esperaríamos una muerte segura, y caminar la tragedia hacia un lugar todavía incierto en términos racionales, pero incuestionable desde la fe.

Cuando ese pequeño acto individual se convierta en un movimiento colectivo, podremos decir que hemos dejado finalmente atrás la sociedad de la nieve y hemos vuelto felizmente a la civilización donde viven casi todos los países menos Irán, Cuba, Venezuela, Nicaragua y algún que otro experimento fallido del socialismo.

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