Make Salamín Great Again

Make Salamín Great Again

* Por Nicolás Arizcuren

Make Salamín Great Again

Según un brevísimo sondeo a través de plataformas de “social listening“, dos de los temas que más captaron la atención en nuestra ciudad en cuanto a menciones e interacciones en redes sociales de la última semana, fueron la victoria de Donald Trump y el nuevo (?) récord alcanzado del salamín más grande del mundo. 

Para ser sincero, no sé cuál de las dos noticias me asombra más que haya tenido tanta pregnancia, si unas elecciones presidenciales a diez mil kilómetros de distancia o el hecho de festejar el récord de pegar varios pedazos de salamín juntos.

Nacionalismos vs Globalismo

Sobre la victoria de Trump, poco más hay por agregar. Es incuestionable que, si no fuese por el factor Covid y alguna que otra mano negra en los votos por correo, ya hubiese ganado las elecciones pasadas.

El punto es que, en este caso en Estados Unidos, pero también a nivel mundial, hay un hartazgo a todo lo que tenga que ver con las políticas “woke“, de izquierda o progresistas, que, si bien son conceptos que distan mucho entre sí, se aglutinan alrededor de un discurso único y totalitario donde todo lo que se oponga es denostado como “ultra derecha”.

Derecha o izquierda parecen ser coordenadas políticas de otra era, en un mundo en el que en realidad se debate la resistencia de los nacionalismos contra un globalismo único, financiado por grandes fondos de inversión privados, que intenta perforar la soberanía de los países y enviar consignas de gobernanzas desde organismos supranacionales como la ONU, OMS, etc. directo hacia los municipios con promesas de inversiones.

Agenda 2030

La constante de rechazo en los diferentes lugares del mundo la vimos concretamente materializada en las elecciones de Estados Unidos, donde en general son las grandes ciudades las que adoptan este tipo de agendas que están completamente distanciadas de la realidad, que es la que se vive en los suburbios y el interior de estos países, que son los que se oponen fervientemente a las políticas de género, inmigración y ecologismo que estos organismos proponen. Pareciera con la intención de licuar las identidades nacionales y hacer realidad ese “Mundo feliz” que planteaba Huxley.

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Con una clase política culposa, timorata y cobarde que por conveniencia sigue sin decir en voz alta lo que verdaderamente opina de estos temas, por temor a la cancelación y poner así en riesgo su puestito, por acción y omisión, este monstruo fue creciendo hasta el punto de lograr en los últimos cinco años, no solo dirigir pesimamente, y de manera unilateral, las medidas antipandemia, sino también convencer a una gran parte de la población que la biología es discutible, la familia una institución opresora, que es necesario reducir la población, que comer carne es asesinato y ordeñar una vaca una violación.

Les guste o no, hay otro gran sector de la población, hasta hace muy poco, mucho menos politizado, que permanecía en silencio y estupefacto ante el avance de esta agenda. Hasta que, directa o indirectamente, tocó a su puerta y vio en riesgo ya no su integridad personal, sino la del conjunto de valores esenciales e identitarios que los representa.

Las redes sociales lograron visibilizar lo que los medios tradicionales pretendían esconder y fue así como lo que hasta hace unos años eran miles de granos de arena esparcidos por el mundo, hoy se unen como una roca sólida que parece haber puesto al menos un freno a la agenda 2030 que ante la evidente imposibilidad de alcanzar su éxito, rápidamente se reconvirtió en “Agenda 2045”.

La derecha es la nueva izquierda

Ganó Trump, un empresario que irónicamente le hablaba al tipo común y recibía el apoyo del trabajador abandonado por este progresismo que se supone sensible y, sin embargo, le habla a elites intelectuales y recibe el apoyo de “Los Avengers”, una decena de actores de Hollywood multimillonarios, presuntamente preocupados por el calentamiento global y Palestina, pero no por los obreros despedidos de las automotrices de California.

Make America Great Again” como slogan que evoca una “retrotopía”, un paraíso de nostAlgia instalado en la cabeza del elector que todos sabemos que nunca volverá, pero aun así es un lema que logró lo imposible: aglutinar alrededor de un solo sistema de valores a católicos, judíos, protestantes, amish, jóvenes, viejos, hombres, mujeres, negros, latinos, etc.

Se trata de personas comunes que simplemente dejaron de confiar en la política tradicional y apuestan por liderazgos disruptivos o “anti sistema” que digan las cosas por su nombre. Sin embargo, la mayoría de los analistas insisten en demonizar estos colectivos, tildándolos de fascistas siendo que justamente son ellos la mejor expresión de intolerancia y persecución de ideas.

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Un nuevo sujeto político

Hay un pueblo que despierta, que se aferra, independientemente de la edad, la sexualidad, la religión e incluso la nacionalidad, a un sistema de valores y levanta la voz. Un pueblo sometido que ya no solo tiene odio o bronca, como intentan instalar, ahora también tiene esperanza y naturalmente surgen líderes que canalizan estas expectativas.

Un pueblo igual de pueblo que el otro, con el mismo derecho a soñar y pelear por su visión de mundo. Este pueblo está huérfano de representantes políticos, de intelectuales y de artistas, pero fundamentalmente de victorias que reafirmen el camino elegido. Quizá por eso encuentre en el lejano triunfo de Trump una revalidación de que es posible luchar por un país grande y no solo conformarse año a años, con “Make Salamin Great Again”.

* Otras notas del autor:

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